La diferencia entre el deseo del cambio y el compromiso

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¿Te suena una situación similar a la de la viñeta? Hay algo en tu vida que te produce malestar, desearías que no estuviera ahí, que no fuera así, comienza a estar presente en tus quejas, empieza a impregnar tu día a día e incluso a extenderse a otras áreas de tu vida afectándolas. Pero a la vez no sabes dar el paso definitivo para cambiar la situación.

Ya tocamos este tema una vez en stories de Instagram, puedes verlo en la historia destacada «Queja -> solución». Técnicamente es lo que se llama la fase de contemplación, una de las fases definidas por Prochaska y DiClemente como parte del proceso del cambio en las personas.

La fase de contemplación es por definición aquella en la que tomamos conciencia del problema, sabemos que está ahí, sabemos los efectos que tiene sobre nuestra vida, pero a la vez nos enfrentamos a otros motivos que nos impiden dar el paso para efectuar el cambio. Es interesante analizar las emociones que se nos presentan en esta etapa: ¿Qué resistencias emocionales encontramos? ¿Miedo a una realidad diferente y desconocida? ¿Incertidumbre por los cambios que sucederán a nuestras decisiones? ¿Preocupación por la reacción de las personas de nuestro entorno?

Cuando nos encontramos en esta fase, es especialmente importante la honestidad con nosotrxs mismxs, tanto para saber los motivos reales por los que estamos en ella -si estamos estancadxs o no- como para replantearnos nuestra posición frente al problema. Porque muchas veces creemos que debemos cambiar algo y nos autoconvencemos para ello sin valorar las razones que nos llevan a pensarlo. ¿La motivación hacia el cambio es por nosotrxs mismxs? ¿Es para el bienestar de otras personas? ¿Ambas cosas?

Generalmente, los cambios que nos planteamos hacer buscando agradar a otras personas y como consecuencia conseguir algún beneficio por ello no suelen salir bien. Lo ideal es que cambiemos por nosotrxs mismxs o en todo caso por nosotrxs y lxs demás.

Por otro lado hay que valorar el impacto real de ese problema en nuestra vida, ya que esto condiciona también nuestra predisposición a cambiarlo. A veces queremos cambiar situaciones que nos resultan molestas o desagradables (por ejemplo, tener que relacionarnos forzosamente con alguien a quien no aguantamos, o sentir emociones que no son agradables, como el enfado) y, aunque se contrapongan a la sensación de bienestar, el compromiso hacia el cambio requiere que percibamos un malestar suficiente como para realmente hacer cambios efectivos.

Aunque pueda parecer mentira, terminamos por desarrollar estrategias de protección que nos ayudan a normalizar situaciones que nos hacen daño cuando estas se mantienen en el tiempo, a menudo porque en un principio no consideramos que tengan salida y si la tiene es muy difícil alcanzarla. Por lo tanto, cuando tomamos conciencia del problema, para cambiarlo también tenemos que luchar contra estas corazas que nos hemos construido para poder aguantarlo hasta ahora. La ayuda profesional ayuda a ver qué corazas son esas.

Muchas veces las personas llegan a terapia en este punto, en la fase de contemplación, y entonces trabajamos por hacer un ejercicio de honestidad personal con ellxs mismxs para decidir si continuar la terapia o no y con qué predisposición hacerlo. Como profesionales tenemos herramientas para ayudar a hacerlo, pero como decimos la sinceridad es clave, ya que a veces vamos a terapia convencidxs de que «es lo que tenemos que hacer» pero en el fondo nos pesan más los motivos para no querer cambiar (al menos de momento) nuestra situación. Un proceso terapéutico indudablemente requiere compromiso, ya que está orientado en sí mismo hacia el cambio.

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Ilustraciones de la gran adelaxd

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