Lo que hacemos para tratar de mantenernos a flote

En el ámbito de las relaciones de ayuda se usa a menudo el símil de la barca que navega por el mar como un recurso para ejemplificar los procesos por los que pasan las relaciones sociales con el transcurso de la vida y sus acontecimientos.

Es una buena metáfora porque, igual que el mar, la vida y las relaciones pasan por momentos de calma y estabilidad, en los que no tienes que hacer mucho esfuerzo por continuar hacia adelante y que todo vaya según lo esperado. Pero, de forma inevitable, hay periodos de turbulencias, fuerte oleaje, cambios… en los que la actitud relajada de antes ya no te sirve porque la calma se ha ido momentáneamente (aunque cuando lo estás viviendo parece que nunca va a volver). Ante las demandas del entorno, las amenazas, tienes que tomar una actitud proactiva de lucha por recuperar la estabilidad y que la barca siga a flote con el menor daño posible.

Además, como toda navegación, cada persona que está en el bote tiene una función, en las relaciones cada persona ocupamos un rol, generalmente como personas individuales tenemos diferentes papeles dependiendo de las relaciones que tenemos, no es igual la relación de pareja que tu rol como hijx, madre/padre, hermanx, amigx, nietx, compañerx de trabajo, jefx…

En estos periodos de crisis y desestabilización las personas que están a bordo deben unir fuerzas y complementarse para ajustarse a la situación de modo que sumando sus esfuerzos puedan salir adelante y superar el bache.

Todas las personas nos encontramos en alguna barca navegando en la medida en que somos seres sociales que mantenemos relaciones, unas más significativas que otras, y en todas ellas pasamos por periodos de calma y estabilidad y por periodos de crisis y cambio, con la consiguiente necesidad de reajuste para volver a la tranquilidad.

En la corriente de terapia sistémica se habla de cada relación y sus miembros como sistemas, y se explica que para que cada sistema pueda sobrevivir y mantenerse a lo largo del tiempo (es decir, que las relaciones no se rompan ante cualquier dificultad) existe la homeostasis, que se podría definir de manera sencilla como la tendencia a trabajar para recuperar el equilibrio habitual. Por ello tenemos tendencia a actuar y tomar decisiones cuando estamos en un periodo convulso.

Esta metáfora también nos sirve para entender algo clave: Que una relación funcione y se mantenga a lo largo del tiempo de forma saludable para quienes la conforman no sólo es el resultado de las acciones de una persona, sino de todas las que están implicadas en dicha relación. Es decir, el todo es mucho más que la suma de las partes. Si hay dos personas a bordo de una barca en un mar convulso, que sólo una de ellas haga esfuerzos por sobrevivir y salir a flote no va a aportar muy buenos resultados. Es necesaria la implicación de las dos, que sumen fuerzas para poder salir adelante. A menudo en terapia vemos cómo hay relaciones en las que una persona intenta arrojar el mayor peso de los problemas sentidos en una sola persona, si no la totalidad, cuando la realidad -aunque a veces nos cuesta aceptarla- es que las relaciones son fruto de la interacción de ambas personas, y por tanto los problemas se crean en relación a la respuesta que cada persona da sobre ellos. Por tanto, si se desea que esa relación salga adelante, hay que unir fuerzas más que cargar con un mayor peso a la otra persona mientras nos quedamos en el otro extremo de la barca sin hacer nada esperando a que la otra persona solucione el conflicto por sí sola.

Por otro lado los motivos por los que esta barca que son nuestras relaciones puede desestabilizarse pueden ser factores externos (por ejemplo, un despido, un diagnóstico de una enfermedad, un cambio de trabajo, la muerte de un ser querido, los sucesos propios del ciclo vital como la emancipación de lxs hijxs, etc.) y/o factores internos (cambios personales en nuestros deseos, aspiraciones, necesidades afectivas y emocionales, etc.). En función de los motivos el proceso de homeostasis y recuperación de la estabilidad precedente al conflicto sucederá de un modo o de otro. Puede ocurrir que durante el proceso de reajuste ante el fuerte oleaje una de las personas integrantes de la relación ya no quiera recuperar el papel que tenía antes del problema, incluso puede que tener ese papel haya sido la causa del conflicto puesto que ha dejado de ser funcional para ella; esto es importante porque para recuperar de forma eficiente el equilibrio la(s) otra(s) persona(s) de la relación tendrán que aceptar el cambio de rol que se ha dado y que también les afecta a ellas y al papel que desempeñan. Por ejemplo, dentro del sistema familiar, la emancipación de lxs hijxs suele producir en lxs p/madres un cambio en el papel que habían estado desempeñando hasta entonces en las relaciones familiares, especialmente en las madres que por tradición de género tienden a volcarse más en los cuidados incluso cuando lxs hijxs son adultxs; una vez queda la pareja sola en el hogar, este cambio de rol forzoso en la familia puede producir un cambio en la relación de pareja que con frecuencia pasa a un segundo plano desde la llegada de lxs hijxs a la familia. Este sería un momento de crisis en el que hay que realizar un necesario reajuste, en el que cada persona tiene que realizar también un proceso introspectivo para valorar sus necesidades personales y reflexionar sobre cómo se siente con el rol que ha asimilado hasta ahora y si quiere modificarlo, y en el caso de que forzosamente por las circunstancias deba cambiarlo, qué papel quiere desempeñar a partir de ahora.

Te invitamos a que reflexiones sobre periodos de crisis que hayas vivido en tus relaciones y observes cómo fue el proceso hasta que la relación se estabilizó de nuevo: ¿Cambió algo? ¿Qué fue? ¿Cómo te sentiste cuando todo volvió a la calma? Si estás pasando actualmente por un proceso de crisis relacional quizá te sirva pensar en cómo se resolvieron estos “cambios de oleaje” en otras ocasiones.

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