Que todo sea como era antes

Esta frase representa una demanda común en la primera sesión de terapias de pareja o de familia cuando se les pregunta a las personas implicadas qué desean conseguir acudiendo a terapia.

Este deseo lógico de querer volver a una zona de confort conocida es algo natural en procesos vitales de cambio significativo. Sin embargo, de esta demanda concreta a menudo subyace un miedo intenso a que la situación ya no sea la misma tal y como la conocíamos.

Bien, es necesario que para procurar nuestro bienestar asumamos lo antes posible que el cambio es inevitable. En la vida se producen cambios por muchos motivos: Acontecimientos inesperados que no están bajo nuestro control, como un diagnóstico de una enfermedad o la muerte de alguien, cambios en las relaciones significativas que tenemos… ¿Sabes esa frase de “lo único constante es el cambio”? Pues así es.

Hay cambios que nos dan miedo, y eso no es “malo” por sí mismo, pero sí es una cuestión que debemos aprender a trabajar ya que nos exponemos a cambios continuamente por el simple hecho de vivir. El inmovilismo no es sostenible a largo plazo.

Por ejemplo, cuando deseamos que todo sea como era antes ante un cambio importante en una relación, habitualmente dicha modificación se produce porque una de las personas implicadas en la relación se comporta de forma diferente, por el motivo que sea, generalmente ante algún hecho importante que haya ocurrido en la interacción entre esas personas y en la historia de esa relación. Cuando estamos en el lugar de la otra parte, la que no ha cambiado, y sentimos miedo al cambio y un deseo intenso de volver a lo conocido, a lo anterior, estamos temiendo a la incertidumbre.

Miedo a no saber cómo seremos si cambiamos, si la relación es diferente, miedo a saber cómo será, cómo nos relacionaremos a partir de ahora, miedo a cambiar el papel que inconscientemente jugamos en cada relación, a que cambie mi rol, a vivir un cambio no esperado en mi identidad personal (porque los roles que representamos en las relaciones componen nuestra identidad individual).

Ante esta situación debemos entender que aquella forma de relacionarnos, de vincularnos, que ahora ha cambiado, lo queramos o no, lo ha hecho porque ha dejado de ser útil y funcional para al menos una de las partes. Cuando estamos en este punto, que es irreversible, tenemos dos opciones: O desvincularnos y que la relación termine, o aprender a vincularnos de un modo diferente a como lo hacíamos. Esto implica trabajo personal y para ello están los procesos terapéuticos. Especialmente es importante apoyarse en la ayuda de alguien profesional cuando estamos en esta tesitura en la que las partes implicadas no llegan inicialmente a un acuerdo sobre cómo continuar la relación, por lo que se necesita a alguien que representa la figura de mediadora y que ayude a alcanzar un término medio que permita avanzar y crear una nueva estructura relacional.

Lo primero que habrá que hacer será aceptar que toda relación que quiere sobrevivir en el tiempo necesita reajustarse. Es decir, debemos de quitarle la connotación negativa a los cambios. Si de verdad sentimos que siguen habiendo motivos que nos hacen querer apostar por esa relación (sea del tipo que sea, de pareja, madre-hija, amistad, etc.) debemos desarrollar tolerancia a los cambios, puesto que los reajustes no son más que la adaptación de las relaciones al propio desarrollo de la vida y sus sucesos. No hay que olvidar que cada persona vive sus propios acontecimientos importantes, que le cambian individualmente y que, por tanto, comportan variaciones en las relaciones que mantiene. Somos seres variables y nuestras relaciones sociales van en consonancia. Además, el trabajo consciente por crear un vínculo saludable entre dos personas es un proceso que puede llegar a ser muy satisfactorio, mucho mejor que cuando esperamos que simplemente las relaciones salgan adelante porque sí, porque existe afecto y ya está. Las relaciones sanas requieren cuidados, mutuos y propios (autocuidado), eso es lo que las hace valiosas.

El proceso de reajuste nos permite alcanzar de nuevo un punto de equilibrio después del periodo de turbulencias, ya que juntas las personas que conforman la relación acuerdan nuevos modos de estar juntas, de compartir su tiempo y sus vidas, buscando que sea saludable para el momento en el que se encuentran ahora ambas y para sus necesidades actuales.

Para terminar, añado un extracto incluido en el libro “Herramientas de terapia familiar” de María José Pubill, que la autora nombra para ejemplificar esta cuestión basándose en la historia de Alicia en el País de las Maravillas:

“Alicia se encuentra en el salón de una casa de la que no puede salir porque todo es muy grande: la llave de la puerta está encima de una mesa y ella no llega. Sin embargo, encuentra un trozo de pastel con una etiqueta que dice: «Cómeme». Así lo hace, y crece y crece hasta que la casa se le queda tan pequeña que no se puede mover. Por tanto, no tiene más remedio que salir porque en su interior se siente muy incómoda. Eso es precisamente lo que ocurre con el cambio. Si uno crece y su entorno no lo hace, o se encoge y ello acaba provocando síntomas, o se acaba poniendo distancia con el entorno. Vivir haciéndose pasar por lo que uno no es siempre acarrea consecuencias negativas para aquel que lo intenta”. (Pubill, 2018, 21)

Como este es un tema complejo e impregna gran parte de nuestra forma de trabajar en intervención psicosocial, este es el primer post de varios que irán viniendo sobre este tema, del que creemos que se pueden nutrir desde personas que se dediquen profesionalmente a este campo como personas que quieren seguir nutriéndose de conocimiento para mejorar sus vidas y sus relaciones.

Gracias por leernos una vez más. Si te apetece puedes comentarnos aquí abajo alguna reflexión que te haya despertado el artículo.

Citas:

Pubill MJ. Herramientas para la terapia familiar. Barcelona: Paidós. 2018: 21.

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