¿La salud mental tiene género?

Todes tenemos claro que las diferencias entre hombres y mujeres tiñen todas las áreas de nuestras vidas. A nivel laboral, educacional, social, personal y sanitario. Sí, sí, sanitario también. Puede parecernos que el sistema sanitario es igualitario y que nos trata a todes por igual independientemente de nuestro sexo, pero la realidad es muy diferente… Como este tema consideramos que es muy importante y serio, lo trataremos con el mimo que se merece en los próximos post dedicados a la salud mental y el género.

Volviendo al tema de hoy, ¿mi salud mental como mujer es diferente que la de mi padre o mi pareja simplemente por el hecho de ser hombres? La respuesta es sí. Y no deberíamos extrañarnos porque, si los roles de género influyen en las profesiones que elegimos ejercer ¿por qué no iban a hacerlo en los trastornos mentales que desarrollamos? Cuando hablamos de salud mental hay muchas diferencias entre hombres y mujeres. Y no solo lo decimos nosotras, también lo dice la OMS: «La OMS reconoce cómo el género determina el poder diferencial y el control que los hombres y las mujeres tienen sobre los aspectos socioeconómicos de sus vidas, su posición y condición social, el modo en que unas y otros son tratados dentro de la sociedad y, por tanto, también su susceptibilidad y exposición a riesgos específicos para la salud mental como las carencias socioeconómicas (mujeres tradicionalmente más empobrecidas por pensiones y salarios más bajos,
dedicación a trabajos no remunerados, mayor número de personas a su cargo…), la
condición y el rango social bajo o subordinado, la continua responsabilidad del
cuidado de terceras personas o la violencia de género.»

En general, se conoce que las mujeres son diagnosticadas más frecuentemente con trastornos del ánimo, como la depresión, y trastornos relacionados con la ansiedad y el estrés. Por el contrario, los hombres desarrollan mucho más trastornos adictivos o de conducta antisocial.

Pero ¿qué factores nos conducen a desarrollar diferentes trastornos? Pues bien, para empezar, recordemos que el género no tiene que ver con nuestro sexo. El sexo hace referencia a nuestra biología, nuestros genitales. En cambio, el género es una construcción sociocultural que determina lo que es masculino y femenino, los roles sociales que nos corresponden a cada parte, así como los privilegios, oportunidades y riesgos que habremos de afrontar a lo largo de nuestra vida.

Teniendo todo esto en cuenta, en un principio se investigó si la biología y la genética tenía algo que ver en estas diferencias. Se consideró la posibilidad de que en las mujeres existiera un componente genético que las hiciera más vulnerables al sufrimiento psicológico. O bien que las fluctuaciones hormonales propias de la mujer a lo largo del ciclo vital influyeran también sobre la vulnerabilidad a dichos trastornos. Desde este biologicismo se catalogó durante años a las mujeres en consulta con diagnósticos como la histeria, la neurosis, la psicastenia, el síndrome del nido vacío, el síndrome del ama de casa cansada… Categorías médicas que intentaban dar nombre a un conjunto de síntomas psicosomáticos cuyo origen orgánico no estaba demostrado, y que solían ser casi siempre los mismos: fatiga, dolor muscular, síntomas depresivos, ansiedad, angustia. Pasó a conocerse como el problema sin nombre ante la falta de causa biológica y el alto número de mujeres afectadas que acudían a consulta médica, y posteriormente, ampliando las áreas que afectan a la salud de todas las personas (la social y la psicológica, además de la biológica) se llamó malestar psicosocial.

Una vez que no se ha podido demostrar que estos factores biológicos expliquen claramente estas diferencias entre hombres y mujeres, se ha recurrido a estudiar cómo afecta lo referente al género, a la influencia sociocultural, el área psicosocial de nuestras vidas.

Y en esto hay muchos temas de los que hablar. El primero, la educación diferencial que recibimos hombres y mujeres, los estilos de crianza y los valores transmitidos, los roles de género. Por ejemplo, el rol de las mujeres está sometido a unas mayores exigencias y obligaciones, así como las mujeres sufren a lo largo de la vida mayor número de eventos estresantes. Se enfrentan a trabajos más precarios, mayor presión social ante la decisión de tener hijes y a qué edad tenerlos, la presión de renunciar a su vida laboral para ejercer la crianza, mayor presión por cumplir los estándares de belleza, y un largo etcétera. Esto plantea que las mujeres tengan una mayor vulnerabilidad al estrés y la ansiedad que con mayor facilidad produce síntomas como los anteriormente nombrados, ya que estos acontecimientos vitales afectan a la salud mental y en consecuencia a la salud física (reflejándose en cansancio crónico, dolores sin causa física aparente…).

“El análisis de los motivos de consulta pone de manifiesto que el primer motivo de consulta de las mujeres en atención primaria es el dolor, localizado en alguna parte del cuerpo o en todo el cuerpo: “Me duele todo” es una de las expresiones más frecuentes. El segundo motivo de consulta es el cansancio. En tercer lugar están las consultas por ansiedad o depresión, pero es casi siempre el profesional médico quien diagnostica un problema de salud mental ante los síntomas no definidos. Precisamente en los estudios realizados en atención primaria se refleja que es el sexo femenino el que presenta la mayoría de los síntomas sin diagnóstico”. (Valls-Llobet, 2005)

La médico Sara Velasco, gran teórica y reivindicativa con la visibilización de la desigualdad de género en el ámbito sanitario, recoge numerosos datos estadísticos que abalan que los factores de protección y de riesgo para la salud varían en cuanto a orden de afectación para hombres y para mujeres. Por ejemplo, un dato significativo es que la pareja es considerado para los hombres el principal factor de protección de su salud, y sin embargo para las mujeres es el primer factor de riesgo.

Una posible explicación a este hecho es la sobrecarga emocional con la que viven muchas mujeres dentro de su pareja heterosexual, ya que desde la infancia por lo general los hombres aprenden a no hablar abiertamente de sus emociones y sus problemas, relegando este aspecto a su pareja, mientras que las mujeres habitualmente compartimos nuestras preocupaciones de forma más equitativa con las personas que nos son significativas: amistades, familia, pareja… No sólo esta última. Además de la sobrecarga producida por el reparto desigual de tareas domésticas y familiares, diferencias salariales, etc.

Los estereotipos de la feminidad también ayudan a crear un rol de mujer más internalizante, llevando a estrategias que hacen que sean más vulnerables a los trastornos de ansiedad y depresivos: aprendemos desde pequeñitas a callarnos nuestras opiniones y emociones, a cargar con los problemas de las personas de nuestro alrededor, a cuidar a los demás incondicionalmente. Solemos buscar la solución de nuestros problemas dentro de nosotras, culpabilizándonos y no sintiéndonos lo suficientemente buenas. Mientras que un rol masculino sería más externalizante, llevando a un afrontamiento que les hace más vulnerables a trastornos adictivos o conducta antisocial. Los niños aprenden desde pequeños a no expresar abiertamente sus emociones (y por tanto no aprender a gestionarlas correctamente), a no escucharse y a expresarse a través de conductas agresivas o de evitación. A buscar la solución de los problemas fuera de sí mismos (drogas, conductas sexuales, agresividad, conducción temeraria…).

Hasta hace no mucho tiempo el consumo de drogas era una conducta que mantenía
fundamentalmente la población masculina adulta (fumar o tomar alcohol eran “cosas de hombres”).
Un patrón cultural de relación con las drogas que se tradujo en que los consumos de drogas entre las mujeres se mantuvieran en niveles muy bajos. Actualmente, esto está cambiando y cada vez hay más mujeres con trastornos adictivos, algo que también analizaremos en próximos post, ya que aunque aumenten siguen las diferencias en el consumo según el género.

Un dato interesante al respecto, dentro de las depresiones exógenas, es decir, que se producen a raíz de causas situacionales, el 70% de los diagnósticos son femeninos, frente a un 30% masculinos. Por el contrario, dentro de las depresiones endógenas o con causas biológicas, hay una afectación similar en hombres y mujeres. Aquí podemos ver claramente la influencia de los factores psicosociales. Por cierto, solo un 20% del total de casos de depresión se deben a causas biológicas, el 80% tienen causas psicosociales. 

La responsabilidad atribuida tradicionalmente a las mujeres en el cuidado de la salud y el bienestar de la familia explica porqué las mujeres se preocupan más y aplican más autocuidados a su salud que los hombres. Del mismo modo, el modelo tradicional de masculinidad implica asumir riesgos para la salud y una resistencia a admitir debilidades por parte de los hombres, lo que suele asociarse con una escasa atención a los mensajes de promoción de la salud y con un menor uso de los servicios sanitarios cuando estos son necesarios.

En conclusión, los roles de género afectan tanto a hombres como a mujeres, de diferente manera, y el sistema sanitario también juega un papel importante en el tratamiento que ofrece en estos casos.La prevención en salud mental pasa por la educación en aspectos emocionales, sociales y de afrontamiento al estrés, pero también es necesario ser conscientes de la existencia y el impacto real de roles de género, de cómo nos influyen y de cómo podemos intervenir en esto, cada une desde nuestra posición, ya sea a nivel profesional o personal. Es importante, desde la posición de les profesionales de la salud, intervenir desde una perspectiva de género, porque si las causas de los trastornos son diferentes para hombres y mujeres, las intervenciones también deben serlo, solo así podrán ser efectivas. Por último, hagamos todo lo posible en todos los ámbitos de nuestra vida por ir deconstruyendo estos roles impuestos que sólo nos conducen a perpetuar la desigualdad social y a generar consecuencias negativas para nuestra salud mental.

Bibliografía

Valls-Llobet, C. (2016). Mujeres, salud y poder. Madrid: Catedra

Velasco, S. (2009). Sexos, género y salud. Madrid: Minerva

Velasco, S. et al. (2007). Evaluación de una intervención biopsicosocial para el malestar de las mujeres en atención primaria. Revista del Instituto de Investigación de Estudios de Género de la Universidad de Alicante, 111-131, 10 [Disponible en http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2654716]

3 comentarios en “¿La salud mental tiene género?

  1. Un post muy interesante!!

    Enhorabuena por vuestro trabajo, yo soy una psicóloga barbastrense afincada en Madrid y me hace muy feliz ver que aparece gente revolucionaria como vosotras para hacer visible un mundo tan bonito como es el de la salud mental y que está aún tan lleno de estigmas, especialmente en el mundo rural y en ciudades pequeñas.

    Un abrazo y mucho ánimo!!!

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    1. Gracias Natalia!
      Estamos de acuerdo contigo, la salud mental es un mundo muy bonito, con personas maravillosas que tienen que vivir bajo el estigma y con la culpabilidad de vivir una enfermedad mental. Como tu dices, precisamente por eso hacemos este tipo de publicaciones y actividades abiertas en Aínsa, para desmitificar el papel de los profesionales y de las personas que tienen una enfermedad mental.

      A ver si podamos coincidir en alguna ocasión!
      Muchas gracias por los ánimos!!

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